Los Jugadores del Cielo

Por Cristián Latorre Freeman

En un ir y venir de la vida, se nos llenan los ojos de lágrimas, unas por el recorrido de la muerte y otras por la gloria del triunfo.
El cielo lo tocaron los gladiadores del tenis, el cielo lo ganaron los jugadores del Chapecoense de Brasil. Las simbologías no son antojadizas, encierran las tantas vivencias que tenemos todos nosotros a diario. El deporte tiene eso, que nos eleva el alma, que nos une en torno a un objetivo, a una copa, un logro, a una hazaña, a un camiseta, a una bandera. Pero, ¿y qué hay de la vida de nosotros día a día? ¿No es acaso eso mismo una hazaña, una gran aventura, una fábula de risas y de llantos enmarcados en la gloria de la victoria o en la frustración del fracaso?

Esta semana ha dejado tendida la pregunta y el mensaje para quienes miramos desde abajo, lo que debemos ganar arriba. La celeste y blanca después de tantos intentos y de sufridas postergaciones ha logrado lo que parecía tan lejano, como tan lejanas han quedado las esperanzas de vida para 71 familias que perdieron a sus hijos, hermanos, padres, amigos, en un trágico accidente aeronáutico. Paradójicamente eran quienes iban en el cielo, de noche, a tocar la Copa de Campeones. Iban volando con la certeza de jugarse la vida. ¡Y por Dios que la jugaron! Tanto la jugaron, que hoy la final la han ganado en el cielo.
En un gesto magnifico de hombría, de amor y de solidaridad superando a los tantos comentarios críticos al mundo del futbol, Atlético Nacional, el equipo colombiano rival de los brasileños, otorgó la Copa Sud Americana al Club Chapecoense.

De todo lo malo, de todo lo triste, de todo sufrimiento, el hombre, de la nobleza de su corazón, saca “valores” que trascienden fronteras, que traspasan hielos, que cortan los venenos de las envidias, con el propósito final de una buena e hidalga causa.
La consternación de la vida misma, los embates a los que nos vemos envueltos, nuestras propias pericias, nuestros malabares, la astucia para superar lo que se nos viene como caja de sorpresas, debe ser algo parecido a la pelota que se viene del otro lado de la red, o a la jugada del hábil delantero esperando meterla… la retrospectiva del más allá nos debe llevar a pensar qué tan delgada es la línea entre la victoria y la hora de la partida.
Al final, tal vez debamos entender que hay un mensaje pleno: Delpo y sus compañeros fueron preparados, entrenaron, se jugaron, dejaron la vida, dieron la vida por su bandera. Los chicos brasileños también iban entrenados, iban ilusionados, iban llenos de esperanza para lograr la hazaña de un equipo chico. Se jugaron, se jugaron…el resto ya lo sabemos… ¿Qué nos queda, entonces, de ellos ¿Estamos preparados? ¿Estamos entrenados en nuestras almas, en nuestros valores, en nuestro legado? ¿Dejaremos el espíritu de superación de los tenistas, dejaremos la vida con la ilusión de la Copa, que en nuestras vidas de seres humanos no es otra que la felicidad y llegar al cielo?

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