El rugby de frente

Por Cristián Latorre

Ser un rugbier, supone ser fuerte, tener una preparación acorde con uno de los deportes más rudos y violentos que existen, pero nadie podría sobrevivir a años de partidos y entrenamientos, si no existiera la máxima que rige para todos los que algún día lo jugamos, el “fair play”. Esta primera ley nos ampara desde niños, entre compañeros y contra nuestros rivales. Este mandamiento nos hace leales, recios pero conscientes. Nos hace ser diferentes, pues recibimos muchos golpes, muchos tackles de frente, muchas manos y piernas, brazos y cabezas que rondan nuestra seguridad corporal mientras buscamos poder hacer un try. El rugby es una escuela de vida, es una forma de ver la existencia, y el sentido de pelearla a morir, pero con valores, con dignidad y con humildad.

Hago esta introducción, para aclarar que muy pocos rugbiers, harían algo como lo que vimos hace unas semanas por las redes sociales,  donde un jugador de un equipo tradicional de prestigio de Buenos Aires, golpeó por la espalda a un indigente, tratándolo de hacer caer, de frente y de cara al piso, mientras el protagonista corría a un auto cobijado por las carcajadas de él y de unos cuantos más mientras arrancaban. ¿Qué buscaban?, ¿cuál sería el objetivo de atacar por la espalda sin dar la cara, a una persona indefensa, incluso sin una alimentación ni siquiera similar a la de un deportista de grandes exigencias físicas como lo es el rugby. Si este muchacho quería asustar al indefenso indigente, lo logró. Si quería imponer su físico, y hacer parecer al desvalido como un inútil, lo logró, pero lo que no logró entre sus risas, fue la aprobación de las redes sociales, y menos de sus compañeros de deporte, que a unísono, reprocharon y tildaron de cobarde y sin sentido la actuación de este sujeto. El rugby está en deuda porque los valores y principios que pregona, han quedado sólo para quienes vivimos la vida desde la mira del esfuerzo, del ganarse a si mismo pero sobre todo del respeto y de la lealtad por quienes son nuestros rivales, que más tarde también serán nuestros amigos. Insto al responsable de esto, a que haga de su error un ejemplo. Que vaya y busque al hombre al que ataco, que lo alimente, que le enseñe el rugby, que lo lleve a los partidos, que lo haga participe de los valores que hemos aprendido y que llevamos dentro de nuestros corazones, porque tal vez así, sea la única manera de que algún día, en una cancha de rugby, se gane el perdón y el respeto, que hoy tiene perdido

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