Bernardo Miguens fue un gran jugador de rugby…
Hace poco leí algunos párrafos de su primera gira a Australia, en el libro “Leyendas del Rugby” de Daniel Dionisi, cuando fue elegido para ser reserva de los Pumas, y nada menos que de su maestro, Martin Sansot.
Ser un Puma no es cosa de suerte, no es cosa de ser amigo, de algún conocido, o de haber tenido un buen domingo. Ser Puma es una virtud, es un premio, es el reconocimiento a años de sacrificios, es el merecido reconocimiento a duros entrenamientos, a interminables ejercicios, pero sobre todo a la constante perseverancia de no rendirse nunca.
En cualquier selección nacional, ya sea en la Argentina, en la de Indonesia o en la de Nepal, llevar los colores patrios y del deporte que amamos es como tocar la gloria con los dedos, imaginar solo cantar el himno en un estadio repleto, con las banderas al tope, los abrazos, las arengas de una batalla leal que está por comenzar, abren el espíritu con la consigna de entregar el corazón y el alma en cada jugada.
Sin embargo, lo que más me impresiona es que Bernardo tuvo el equipo perfecto.
Lo tuvo en vida. Y no solo lo tuvo. Lo formó y lo moldeó. Recibió los jugadores que Dios le dio, los fue poniendo en cada lugar, cada uno jugando un rol único, cada uno en un puesto especial, indispensable. En este equipo no había cambios, no había reservas. En este equipo solo se conjugaban el amor y el apoyo incondicional.
En sus años de Puma, fue full back, el último hombre, el que da el seguro, el que da el toque, el que arranca con una genialidad, y deja a todos en el suelo. Él era, si, Bernardo era el último, pero en su equipo fue el primero.
Bernardo hizo un equipo con su mujer. El XV ideal, el perfecto, el que quizás todos quisiéramos, y Dios Padre le dio la gracia y el favor de lograrlo.
Trece hijos, entre varones y mujeres, entre grandes y no tan grandes, entre tantos que ni el año daba para tener un mes sin un cumpleaños. Bernardo se fue, y dejó al equipo de sus amores sin el pilar enorme de la vida y del apoyo diario, pero es aquí donde debemos buscar el sentido a la voluntad de Dios. Bernardo no se fue, jamás se irá. Bernardo está en cada uno de nosotros, está en la gallarda vida que enfrentó, en la valentía para traer trece jugadores de su pasión a este mundo y hacerlos titulares de su equipo. Bernardo, los entrenó, los motivó, los educó.
Bernardo no se ha ido, está presente, abrazando a los suyos, con sus hombros soportando las caídas, con sus brazos armando una nueva jugada. Bernardo no se ha ido, sigue entre nosotros mostrando un ejemplo soberbio y sagrado de un hombre entregado a la vida en el más allá, porque de otra forma no se entiende que haya forjado un equipo que más tarde se irá yendo, uno a uno, a un cielo donde… el fullback, el último, fue el primero en entrar.
Cristián Latorre Freeman
Columnista