Te pido perdón, Benedicto XVI

 Les comparto una excelente columna del destacado periodista español Javier Villamor, publicada por el portal  La GACETA de la Iberosfera , que en mi opinión, es una síntesis impecable del “sentir de muchos” por la partida de este extraordinario Santo Padre.

 Por Javier Villamor  para la Gaceta de la Iberosfera 

La noticia de tu muerte me llena de tristeza. Una de las mentes más clarividentes del último siglo nos ha dejado y siento una sensación de vacío. En este hogar llamado Tierra estamos más solos ante el avance de la Nada.

Te pido perdón porque cuando llegaste al trono de San Pedro yo era un joven con mucha energía pero perdido en las marismas de la posmodernidad y no te acepté por lo que decían de ti sin conocerte, ni a ti ni a tu trabajo.

Te pido perdón porque durante la mitad de mi vida estuve de espaldas a la Verdad revelada

Te pido perdón porque durante la mitad de mi vida estuve de espaldas a la Verdad revelada, incapaz de comprender el mensaje de Cristo y con el ego desbordante de un joven ególatra, vanidoso y orgulloso.

Te pido perdón porque, parafraseando a San Agustín, te conocí tarde. Años estuve deambulando con un hambre que no comprendía a nivel espiritual e intelectual hasta que, a través de un buen pastor, di con algunos de tus textos y de tus llamadas a esa Europa que se resigna a morir. Textos que fueron luceros en un momento muy oscuro en el que podía haber caído en un letargo del que me hubiera sido muy difícil salir.

Te pido perdón porque, fruto de esa vanidad, subestimé la lucha a la que hacías frente dentro y fuera de la Iglesia. Dentro, a todos los enemigos de la misma que llevan siglos agujereando sus cimientos como la termita la madera. Fuera, a los que no soportaban tu existencia por el frenazo que supusiste a nivel ideológico y espiritual para planes ya por muchos conocidos. Conocidos son por todos tus intentos de fortalecer la misa tridentina en un catolicismo posconciliar.

Te pido perdón porque me uní tarde. Las palabras Non serviam son muy poderosas, en especial si se desconoce la profundidad de las mismas.

Te pido perdón porque no acabo de entender dónde debo estar en la Iglesia y dónde debe estar esta. No sé muy bien qué nos depara el futuro a los católicos que cada vez se ven menos reflejados en el papado. Esto se traduce en numerosas ocasiones en desconfianza por nuestros líderes, no tanto nutrida por el carácter de ellos en sí, sino por las fuerzas con las que, en ocasiones, colaboran. Supongo que esto es un pensamiento de alguien muy pequeño como yo, incapaz de comprender los juegos a largo plazo al no tener todas las piezas del puzle.

Cuanto más te leo, más te comprendo. Se ha divagado mucho sobre tus razones para dejar el trono de San Pedro, algo que, por cierto, critiqué en su momento. Pero con el tiempo he logrado vislumbrar, sin saber si es cierto o no, que una mente prodigiosa como la tuya y un alma entregada a la Iglesia no podían ser corrompidas por la oscuridad reinante en algunos lugares de la Santa Sede.

Mis abuelas me dijeron que eras un hombre extraordinario. Por desgracia, ellas ya no están para reconocerles que tenían razón en muchas cosas y que yo estaba completamente errado

He intentado ponerme en tu lugar en muchas ocasiones. Te he imaginado en esos fríos e impolutos pasillos del Vaticano andando con la cabeza agachada ensimismado en tus pensamientos. Te he soñado despierto con la mirada perdida por las ventanas que dan a la Plaza de San Pedro viendo a la gente pasar o rezar. Gente que te pedía que intercedieras por todos nosotros ante el Señor. Labor inmensa ya que, si atendemos a algunas revelaciones de la Virgen María, la salvación conjunta es imposible.

No sé si diste un paso hacia atrás para servir de guardia y evitar males mayores. No sé si diste un paso atrás y a un lado simplemente para vivir en paz lo que te resta de vida. Hace tiempo percibiste que habría un tiempo en el que volveríamos a las catacumbas. Cada día parece que ese vaticinio es más cierto.

Mis abuelas me dijeron que eras un hombre extraordinario. Por desgracia, ellas ya no están para reconocerles que tenían razón en muchas cosas y que yo estaba completamente errado.

Como no sé nada de esto, ni será posible para mi conocerlo, te pido perdón porque te juzgué sin conocer y, tiempo después, no puedo más que arrepentirme.

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