QUIÉNES SOMOS

Somos tus vecinos. Con los que te encontrás en el supermercado, en el colegio o  en la farmacia. Tal vez  nos cruzamos en  el auto en la Panamericana. Simplemente somos un grupo de soñadores que creemos que las buenas historias se deben conocer,  multiplicar,  replicar y servir de modelos para todos.

Directora Editorial  

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COLUMNISTAS

En esta sección les iremos presentando a los  miembros de este  gran equipo. En esta oportunidad les presentamos “El Rincón de Tiuli”, de Matías Da Rocha, de profesión Contador, amante de los libros y los medios de comunicación. Conductor del programa Valorar que se emite los sábados por FM Estudio2 de Pilar.

El Rincón de Tiuli

En esta columna voy a contar experiencias de distinto tipo, pero todas vinculadas con la cultura: libros, lecturas, poesía, teatro, cine e interés general.

No busco enseñar nada, solo compartir y ayudar en una experiencia que sea inspiradora. Ojalá lo logre. TIULI me llamaba cariñosamente mi mamá en mi infancia.

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El Principito – de Antoine de Saint-Exupéry

“Lo esencial es invisible a los ojos”

Le Petit Prince, acrílicos en lienzo, 120x80cm – 2015 by Nico da Rocha

Leer este libro es siempre una aventura en la que somos invitados a ser niños de nuevo. Relata el encuentro de nuestro protagonista, el Principito, con el aviador. Se trata de un niño pequeño que aparece de la nada en medio del desierto del Sahara, donde el aviador se había quedado varado. A partir de allí, se desarrolla la relación entre ambos, marcada en todo su recorrido por la “lectura” que el Principito hace sobre el proceder y la forma de entender la vida que tenemos los adultos.

El Principito tiene una mirada dual sobre los adultos. Por momentos cándida, por momentos irónica. Cándida, porque en varios párrafos disculpa su proceder, asumiendo que el problema es que “no entienden” (no entendemos) a los niños. Irónica, porque relata encuentros de este pequeño niño con variopintos personajes que representan -cada uno de ellos- distintos estereotipos de la vida adulta.

La historia relata que el Principito, una vez que -por un desacuerdo con “su” rosa- hubo abandonado el planeta donde vivía (el asteroide B612), visita otros planetas.

Comienza por un pequeño planeta habitado solo por un rey (representación del poder) y se pregunta cómo ese rey pudo haberlo reconocido. Claro, es que era un súbdito. Y se responde a sí mismo: “No sabía que para los reyes el mundo está muy simplificado. Todos los hombres son súbditos”.

El segundo planeta que visita el Principito estaba habitado por un vanidoso (que se representa a sí mismo) a quien, lógicamente, solo le agradaba ser admirado. La reflexión de nuestro pequeño protagonista es “los vanidosos no oyen sino las alabanzas”.

Luego el Principito visita el tercer planeta, en este caso habitado solo por un bebedor, un personaje encerrado en una circular historia personal: bebe para olvidar que tiene vergüenza de beber. Círculo vicioso sin aparente salida.

El cuarto planeta que visita nuestro simpático niño está habitado solo por un hombre de negocios. Contaba estrellas y, al hacerlo, las “poseía”. Su único fin era poseer cada vez más.

En el quinto planeta solo había lugar para un farolero y un farol. El farolero tenía la “consigna” de prender el farol cuando anochecía y apagarlo al amanecer. Así todos los días. Como el planeta -con los años- giraba cada vez más rápido, entonces tenía que hacer su trabajo muchas veces. Pero como “la consigna es la consigna”, no podía concebir hacer las cosas de otra manera. El farolero representa la burocracia.

Este pequeño y simpático niño, con capa azul y espada, había dejado su planeta. En él tenía tres volcanes, dos en actividad y uno extinguido, que deshollinaba todas las semanas. Pero en su planeta también tenía a su flor, su querida y única flor, a la cual regaba todos los días.

El sexto planeta era mucho más grande que los anteriores y estaba habitado por un geógrafo, que es quien recomienda al Principito visitar la Tierra.

Así entonces, la Tierra es el séptimo planeta que visita el Principito y donde conoce al aviador, coprotagonista de esta historia.

Como comenté al principio, la relación entre el aviador y el Principito es extraña. El Principito no entiende a los adultos (tampoco al aviador), y el aviador no lo comprende a él. El Principito nunca renuncia a una pregunta realizada. La hará tantas veces sea necesario hasta obtener una respuesta. Por el contrario, casi nunca responde las preguntas que se le hacen. De algún modo, vive inmerso en su propio mundo mágico.

En el primer encuentro, el Principito le había pedido al aviador que le dibujara un cordero, pero ninguno de los modelos realizados le gusta, hasta que el aviador le dibuja una caja con agujeros “para que el cordero pueda respirar”. Visto con la mirada de un adulto es ridículo. No así para un niño.

Ahora, el Principito está recorriendo la Tierra, y allí se encuentra con un campo de rosas. Las rosas le hacen rememorar a “su” flor… la que dejó en su planeta… abandonada a su suerte.

Luego se encuentra con el zorro. Un zorro más, hasta que le pide que lo domestique.

“-¿Qué significa domesticar?, pregunta el Principito.

-“Crear lazos”, responde el zorro.

-¿Crear lazos?

-Sí, dijo el zorro. Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domésticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo…

-Empiezo a comprender – dijo el Principito. Hay una flor… creo que me ha domesticado…”

El Principito estaba iniciando el camino de regreso a su planeta… aunque tal vez todavía no lo sabía.

El zorro y el Principito continúan dialogando:

“-Sólo se conocen las cosas que se domestican – dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!

-¿Qué hay que hacer? – dijo el Principito.

-Hay que ser muy paciente – respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos. Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca…”

Al día siguiente volvió el Principito.

“-Hubiese sido mejor venir a la misma hora – dijo el zorro. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón… Los ritos son necesarios.

-¿Qué es un rito? – dijo el Principito.

-Es también algo demasiado olvidado – dijo el zorro. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días: una hora, a las otras horas.”

Este encuentro con el zorro lleva al Principito a reflexionar sobre lo que había dejado en su planeta…

“-Ve y mira las rosas, descubrirás que la tuya es única en el mundo – le dice el zorro.”

Y el Principito va y las mira, y les dice justamente eso… que son unas rosas más, unas rosas cualesquiera, que no fueron domesticadas. Que no fue por ellas que él se esforzó. Que aquella rosa del asteroide B612, es “su” rosa.

Y el zorro, como despedida, le regala al Principito su secreto: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.

Sobre el final de la historia, el Principito se vale de la serpiente para volver a su planeta. Su preocupación principal es que le dibujen un bozal para el cordero, ya que si no, podría comerse a su flor. Cuando esté de regreso en su planeta, una noche cualquiera, el Principito puede olvidar ponerle el globo de vidrio para cubrirla, el cordero saldrá silenciosamente… o tal vez no.

Por eso nos quedamos con la invitación que nos hace el aviador al final del libro. Salgamos a mirar el cielo… ¡Pero ahora! Y entonces preguntémonos si el cordero se habrá comido la flor. Es una pregunta crucial. Si realmente nos importa, entonces habrá valido la pena y entonces podremos ver cómo todo cambia. Porque nuestra perspectiva da lugar a la “mirada del corazón”, del sentimiento, del amor.

Y tengamos fe… dejemos salir al niño que todos llevamos dentro. Bailemos, cantemos bajo la ducha, leamos lo que nos gusta, pensemos con intensidad, recemos sin cansancio, hagamos algo ridículo, llamemos a las cosas por su nombre, amemos a nuestra familia, llamemos a nuestros amigos, demos todo por el otro.

Podría ocurrir que a algunos de nosotros no se nos haya dado el encuentro con el Principito de la historia. Pero seguro que muchos tenemos “principitos” en casa. Esos que pintan paredes, juegan, bailan, sueñan, dibujan, corren y no paran nunca. Esos mismos que muchas veces dicen cosas disparatadas, y que preguntan todo y responden poco. Esos que nos invitan, queriendo o sin querer, a que seamos niños de nuevo. ¡Escuchémoslos! ¡Sintámoslos cerca! ¡Amémoslos con intensidad! Porque lo esencial, lo verdaderamente esencial, siempre será invisible a los ojos.

PREGUNTA PARA LA REFLEXIÓN

¿Acaso Ud., amigo lector, se siente representado por alguno de los personajes que el Principito fue encontrando en su camino?

¡Piénselo! Quizá se convirtió en un adulto entre los adultos. Quizá la gente, para colocarse a su alcance, le habla sólo de golf, de política y de economía.

Tal vez tiene que volver a su hilo primordial. Tal vez tiene que volverse como niño. Tal vez le convenga recordar que no se ve bien sino con el corazón.

Nota: agradezco a mi hermano, Nico da Rocha, que es el artista que pintó el cuadro que ilustra esta columna.

 

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